Experto en riego Dr. Gabriel Selles van Schouwen
‘INVESTIGACIÓN PARTICIPATIVA’ EN UVA DE MESA
“Nos tocó vivir la transición entre el riego superficial y el riego localizado”, explica el experto en relaciones hídricas especializado en uva de mesa. Sellés lideró un grupo de investigadores que, en colaboración con productores y asesores, principalmente en el valle de Aconcagua, resolvieron desafíos clave para la competitividad de la industria.
“Gabriel se escribe con “G” de Grande!!”, escribió la entonces presidenta de UVANOVA, Carolina Cruz, con ocasión de la despedida del doctor Gabriel Sellés van Schouwen al momento de su jubilación. La instancia, un homenaje de Asociación UVANOVA en reconocimiento al valioso aporte del investigador a la industria luego de casi 20 años de estudios orientados a la uva de mesa, actividad que se focalizó en el valle de Aconcagua, principal área productora de la especie.
Sellés se jubiló en 2019, justo el año de la pandemia. “Cuando me jubilé del INIA, me retiré totalmente”, reconoce Gabriel Sellés, quien, junto a su esposa matrona, también jubilada, tiene tres hijos varones y una nieta. Con la voz calmada que lo caracteriza, explica que en la actualidad se dedica a su familia, con énfasis en su nieta, a la literatura y a la práctica de yoga.
La descendencia del agrónomo, otrora investigador, no siguió los pasos de su padre, ya que todos orientaron su vida laboral al área humanista. Su hijo mayor es fotógrafo y se dedica principalmente a actividades artísticas, su segundo hijo es profesor general básico, con mención en ciencias sociales, especializado en infancia e inclusión y su tercer hijo es sicólogo, además de padre de su nieta.
Gabriel Sellés nació en Santiago hace 71 años y estudió desde tercero de preparatoria hasta sexto de humanidades en el colegio Calasanz de Ñuñoa, para luego graduarse de ingeniero agrónomo en la Universidad de Chile. “He sido santiaguino neto”, reconoce.
¿Cómo llegaste a la agronomía?
Creo que elegí la carrera porque dos de mis hermanos mayores estudiaban agronomía y ya conocía a sus compañeros y el ambiente de Antumapu (Facultad de Agronomía U. de Chile). Por ahí me empecé a entusiasmar y, posteriormente, cuando ingresé, me entusiasmó más todavía. Originalmente mis preferencias eran agronomía, ingeniería forestal o veterinaria. Todas carreras del área agropecuaria.
¿Qué profesores te marcaron profesionalmente?
Diría que fueron tres profesores fundamentales, aunque, quizás haya un cuarto que se me olvida. Alberto Valdés, Edmundo Acevedo y Norbert Fritsh. Este último creo que fue el que más influyó en mi formación y en la visión de en qué enfocarme. Fue mi profesor de métodos de riego y de drenaje y tenía una visión de campo y de integración muy relevante. Fritsh formó a mi generación en lo relativo a riego y, en mi caso, fue uno de los grandes responsables de que yo siguiera profundizando las líneas de agua y suelo, buscando la integración de las relaciones hídricas con una visión global. No solo sabía mucho, sino que, además, era un profesor muy ‘apañador’ y apasionado. Al graduarme, siendo él director del Departamento de Ingeniería de Suelos en la Facultad de Agronomía de ‘la Chile’, me contrató e ingresé como académico ayudante al departamento.
EN LOS ORÍGENES DE LA TECNIFICACIÓN DEL RIEGO EN CHILE
“Hacia finales de los años 70’, lo que predominaba en Chile de manera absoluta era el riego superficial, con los primeros esbozos del riego localizado. Nos tocó vivir la transición entre el riego superficial y el riego localizado. De hecho, en el curso de manejo de riego recién el profesor Norbert Fritsh había comenzado a incorporar aspectos la hidráulica de los diseños de riego localizado. En ese tiempo el riego no era un manejo tan relevante, como lo es hoy día, y la fruticultura todavía no tenía el impulso que tiene en la actualidad. Justamente -en esa época- comenzó la transformación que nos llevó al desarrollo del riego por goteo, el que, a nivel comercial, se manifestaba con la presencia de algunas empresas israelitas”, recuerda Sellés.
¿Había algo de industria local?
Nuestro profesor de hidráulica de esa época, que era de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas (U. de Chile), intentó fabricar goteros. Así como otro pionero del riego por goteo de aquel entonces, como era Marcelo Quezada, quien también se abocó a diseñar emisores. Probablemente, los componentes israelitas eran muy caros o llegarían muy pocos en ese tiempo. Quezada incluso fabricaba filtros para los equipos de riego localizado. Fue una época muy interesante porque se produjo un gran cambio tecnológico. Así mismo, nosotros tuvimos que ir cambiando los enfoques para asimilar esa innovación.
¿Quién tiraba ese cambio tecnológico, la academia o la iniciativa privada?
Normalmente, en Chile, es el sector privado el que tira del carro y la academia va mejorando o reparando los errores provocados por el rápido avance de las empresas en su entusiasmo por incorporar nuevas tecnologías. Porque una cosa es incorporar una nueva tecnología, pero otra es cómo se implementa para obtener los buenos resultados que se busca. En el caso del riego, el goteo venía con toda una concepción de riegos diarios, que se fundaba en la experiencia de los israelitas en sus particulares condiciones de suelo. Pero nuestros suelos son distintos y acá tenemos mucha variabilidad, por lo que comenzó el desarrollo de los riegos de baja frecuencia en sistemas de goteo, buscando extender el área mojada. Es decir, creo que la academia tuvo una gran participación en el aterrizaje a las condiciones locales de las innovaciones que abordaba con mucho entusiasmo el sector privado. Es un buen ejemplo de cooperación entre el sector productivo y la academia en los éxitos productivos que tiene nuestro país.
LOS FUNDAMENTOS FISIOLÓGICOS DEL DOCTORADO EN FRANCIA
¿Dónde y con quién estudiaste el doctorado en Francia?
Estudié en la Escuela Superior Agronómica de Montpellier, allí estaba inscrito como doctorante, pero mi tesis la hice en el Centro Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CNRS) de Montpellier. Allí trabajé con un fisiólogo llamado André Berger. Ese conocimiento me resultó tremendamente útil porque de Chile venía con la formación de suelo y riego, de manera que tuve la oportunidad de integrar esos dos mundos.
¿Por qué Francia donde hasta hace pocos años, incluso, se prohibía regar las vides?
Fue una mezcla de planificación y casualidad. Los franceses siempre han sido muy robustos en los aspectos ecofisiológicos. Es verdad que el riego no era una actividad muy desarrollada, era una práctica más bien temporal o no permanente, pero sí había industria e hice cursos de drenaje muy buenos. Sin embargo, más que nada, lo que a mí me interesaba era la comprensión de los fundamentos fisiológicos. Además, se dio una coyuntura muy especial porque, el doctor Fernando Santibáñez había realizado su doctorado en Francia y tenía un convenio con la embajada francesa, el que incluía becas para realizar estudios doctorales. Fernando gestionó una de esas becas para que fuera a estudiar a Francia.
¿Cómo resolviste el desafío del idioma?
Tuve que aprender francés. Mientras postulaba, durante un año me dediqué a estudiar. Llegaba todos los días a mi oficina de académico una hora antes para estudiar, en ese tiempo, con el sistema de caset (casete o cassette, ya que viene del francés). Luego, a Francia llegué un mes antes de las clases porque la beca contemplaba un curso intensivo de francés. Me costó cerca de seis meses dominar lo suficiente el idioma por lo que las primeras clases entendía muy poco. Vivía en una residencia universitaria y todos los residentes nos juntábamos en la tarde noche a escuchar las noticias en televisión. Así llegué a entenderle a mis compañeros franceses y extranjeros, a los profesores. Aunque, escribirlo es un desafío más complejo.
EL CRUCE DE AVENIDA SANTA ROSA
“En los años 90’ volví a la Facultad de Agronomía y por esas casualidades de la vida me invitaron a colaborar en la Comisión Nacional de Riego (CNR). Durante el gobierno del presidente Patricio Aylwin el BID llegó con una propuesta de desarrollo de obras de riego por lo que me llamaron de la CNR para que los ayudara a formar un programa de transferencia tecnológica trabajando en conjunto con profesionales del INIA (Instituto de Investigaciones Agropecuarias). A gran parte de la gente del INIA ya la conocía desde antes, en especial a Raúl Ferreyra, compañero de curso desde que entramos a la universidad. Posteriormente INIA abrió un concurso y me resultó más atractiva la investigación aplicada que el perfil más burocrático del trabajo en la CNR (además de la docencia a tiempo parcial en Antumapu). Postulé al cargo, orientado a investigación en riego con base en La Platina y entré al INIA el año 95 o 96’”, recuerda Gabriel.
Durante el período de colaboración con la CNR, trabajando en los programas de transferencia tecnológica, Sellés se dio cuenta de que en el sector productivo había muchas deficiencias y que con sus conocimientos podía aportar a optimizar las prácticas.
Ya en INIA comenzaron a elaborar proyectos y a buscar financiamiento. En principio, orientados al área de riego del embalse Convento Viejo (O’Higgins), con financiamiento de ODEPA. Sin embargo, INIA por años había desarrollado grupos de transferencia tecnológica en Los Andes, lo que había generado una estrecha relación entre los profesionales de La Platina y los productores de Los Andes. En ese contexto, “un grupo de agricultores de Los Andes llegaron a La Platina para involucrar al INIA en la solución del problema conocido como decaimiento productivo que estaban experimentando los parrones del valle, donde ya se había implementado el riego por goteo, pero sin lograr la respuesta esperada”, señala Sellés.
Para responder a los requerimientos de ese sector productivo formaron un equipo multidisciplinario con capacidades en riego, suelo, plagas del suelo, malezas, etc., y se abocaron a presentar proyectos enfocados en uva de mesa. “Así comenzamos a trabajar en el decaimiento productivo de las vides con los agricultores, tanto de San Felipe como de Los Andes, con quienes entablamos una muy buena relación”, dice.
EL IMPACTO EN LA UVA DE MESA DE ACONCAGUA
“Fue una experiencia muy interesante porque implementamos lo que podríamos llamar ‘investigación participativa’, en la que los agricultores no solo nos planteaban sus problemas para que nosotros aportáramos ideas y trabajáramos en la solución, sino que los resultados se discutían entre todos. Teníamos reuniones periódicas, presentábamos informes anuales y en base a los resultados se organizaban días de campo en los que presentábamos los resultados. Así comenzó a tomar vuelo la propuesta, porque había conclusiones interesantes, de modo de que -al poco tiempo- también llegaron los asesores. Por la velocidad con que deben trabajar y dar soluciones, los asesores no habían podido resolver algunos problemas, de modo de que les era muy útil que nosotros nos dedicáramos a desarrollar determinados aspectos de más largo plazo. Así se fue conformando un grupo de trabajo de investigadores, productores y asesores que creo tuvo un impacto importante en la uva de mesa”, afirma Gabriel Sellés.
¿Hacia dónde orientaron sus estudios?
Partimos con manejo de suelo, por los evidentes problemas de compactación, evaluamos los efectos de los diferentes tipos de subsolado y su duración en el tiempo. Después evaluamos el área de suelo mojado y las frecuencias de riego, luego llegó el momento de determinar los requerimientos hídricos de las variedades de la época. Sin embargo, nos centramos en los requerimientos hídricos incorporando conceptos nuevos, como el método de Eddy Covarianza, para determinar los flujos de vapor de agua por sobre la cubierta vegetal de los parrones, ya que no sabíamos cuál era el consumo efectivo.
¿Te parece que dieron respuesta a los requerimientos de los productores?
Creo que hicimos un gran aporte porque le fuimos poniendo números a cada uno de los factores. Respecto del porcentaje de suelo mojado determinamos la necesidad de incorporar una segunda línea de goteo, señalamos la inconveniencia de las altas frecuencias de riego en los suelos de Aconcagua, recomendando una baja frecuencia, pero de riegos más largos. Fundamentamos el cambio en los problemas de aireación provocados a los sistemas radiculares. Después abordamos la demanda de agua de los parrones en función del grado de cubrimiento. Es decir, gracias a la implementación del sistema de Eddy Covarianza desarrollamos coeficientes de cultivo (Kc) que varían en función del grado de cubrimiento del parrón. Finalmente, intentamos determinar el límite en la reducción del volumen de agua aplicada. Le pusimos números a ese límite y desarrollamos una función de producción. Todo eso ocurrió en un momento en que aun había agua disponible por lo que esos esfuerzos hoy son todavía más valiosos.
¿Si no era la falta de agua, cuál era el principal problema de los productores respecto de tu área de especialidad?
Las cada vez mayores exigencias de los mercados obligaron a afinar los manejos. Durante un período de tiempo se exportó uva como saliera, porque se vendía igual, hasta que el mercado norteamericano, entre otros, comenzó a exigir fruta de determinado calibre y firmeza, por ejemplo. Ante las mayores exigencias, tanto desde los costos como desde las demandas de los mercados, hubo que meterle más ciencia a lo que se estaba haciendo para llegar a lo que se pedía.
Algo que hoy día se ve muy nítidamente.
Hoy los productores tienen claro que deben mejorar la eficiencia en el uso del agua por los costos y por la cada vez mayor escasez de agua. Tienen que resolver una ecuación que es muy compleja porque el agua es cara de aplicar y escasa y el resultado tiene que alcanzar alta productividad y calidad. Eso no es fácil por lo que requirió de la conjunción de la ciencia con el sector productivo. En nuestro caso, por un lado, la suerte de que logramos financiamiento de Corfo por 6 años y, por otro, el interés del sector privado que -además de aportar los predios para hacer los experimentos y personal para apoyarnos en los ensayos-, también se ponía con financiamiento. Hubo varias empresas exportadoras y productores de Los Andes que aportaron ‘lucas’ para estas investigaciones. Fue claramente un círculo virtuoso.
COMUNIDAD DE PRODUCTORES, ASESORES E INVESTIGADORES
En INIA conformaron un equipo muy sólido entorno en lo que respecta a la uva de mesa. “En suelo y riego estábamos con Raúl Ferreyra, el Dr. Rafael Ruiz, especializado en los aspectos nutricionales, el Dr. Manuel Pinto que desarrollaba los aspectos fisiológicos propiamente tales, el Dr. Juan Ormeño, que se concentraba en control de malezas y uso de coberturas vegetales. Por ejemplo, en ese período realizamos mucha investigación sobre el uso de portainjertos, cuáles era los más adecuados a las diferentes condiciones de Chile y de la influencia del portainjerto en la calidad y condición de la fruta. Toda esa información quedó plasmada en boletines impresos que hoy también están disponible en formato digital en la biblioteca virtual de INIA”, destaca Sellés.
¿Por qué era o es importante investigar en colaboración con asesores agronómicos?
El manejo del riego es un asunto muy complejo, que debe ir acompañado de un buen manejo agronómico del cultivo. No se puede hacer un ensayo en un parrón mal llevado porque las conclusiones no serán aplicables. Hay que acoplarse a gente que sabe manejar uva de mesa. Pese a que no soy particularmente sociable, como entendí que tenía deficiencias para lograr hacer un buen trabajo, me fui acercando a la gente de Asociación UVANOVA. Tuvimos bastante buen ‘feeling’ y finalmente me integré al grupo. Creo que esa asociación de los investigadores con los asesores es una buena combinación, que nos permitió avanzar en el conocimiento práctico.
¿Qué es lo que más te enorgullece de tu carrera de agrónomo e investigador?
Que en conjunto con productores y asesores hayamos logrado solucionar algunos problemas importantes del cultivo de la uva de mesa y que hayamos dejado una huella positiva en ese aspecto. Lo digo con la certeza de que sin un equipo de trabajo o sin la participación de los colegas del INIA no se hubiera logrado, pero también en el sentido de haber formado una comunidad en torno a solucionar problemas de manejo del agua en uva de mesa.
Gracias al financiamiento que el equipo obtuvo para los proyectos, pudieron mantenerse investigando más de 15 años en uva de mesa. “Nos permitió un trabajo súper sistemático que fue desde la base, como es la preparación del suelo hasta tecnología de manejo del cultivo bajo plástico. Tuvimos la capacidad de encontrar el financiamiento necesario, lo que nos permitió trabajar en una construcción de largo plazo. Fue una actividad bien pensada y afortunadamente contamos con la buena recepción de productores y asesores. Al conformar un grupo más grandes, al involucrar productores y asesores, pudimos hacer cosas muy entretenidas”, destaca orgulloso el Dr. Gabriel Sellés van Schouwen.
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SIMPOSIOS INTERNACIONALES EN CHILE
En 2009 Sellés coordinó la ejecución del VI Simposio Internacional de Riego de Frutales y Hortalizas de la International Society of Horticultural Science (ISHS), organizado por INIA, la CNR y la Universidad de Talca y patrocinado por la ISHS, que se realizó en Viña del Mar, un evento científico masivo que convocó a los principales investigadores, técnicos y asesores del mundo del riego agrícola. El encuentro internacional logró una muy alta asistencia de público, tanto nacional como del extranjero. El experto en riego, además, formó parte del Comité Organizador del IX Simposio Internacional de Fisiología y Biotecnología de la Vid, realizado en 2013, en La Serena, al que asistieron 300 expertos -de 30 países- y en el que se presentaron más de 200 trabajos.
De la información compartida en el simposio de 2009, sabemos que -en ese tiempo- Chile solo disponía de 10 expertos en riego para poco más de un millón de hectáreas regadas. ¿Cuál es hoy la situación de la disciplina en Chile en un contexto de sequía?
Creo que en este tiempo se ha formado bastante gente en el área. Por un lado, están todos los profesionales relacionados con la ley de fomento a la inversión privada en riego y los subsidios de la ‘Ley de Riego’. Por otro lado, en universidades e institutos, si bien todos los de la ‘vieja guardia’ hemos ido pasando a retiro, hay jóvenes -de las nuevas generaciones- que nos han ido reemplazando. Quizás con menos visibilidad. Por ejemplo, la Universidad de Concepción tiene un grupo importante de investigadores en el área. En el INIA, el Dr. Carlos Zúñiga trabaja en un proyecto de uva de mesa en Aconcagua y el Dr. Claudio Balbontín trabaja con imágenes satelitales.